tecuanes punto com. Blog de Evalenzo

Saturday, February 19, 2005

Weblogs

La primera vez que supe lo que era una weblog fue una ocasión en la que el google me mostró en los resultados de mi búsqueda, una página llamada Xanfarín: http://www.xanfarin.com/ Por curiosidad, le eché un ojo y vi que se trataba de una especie de diario, o mejor dicho, de una especie de bitácora, porque me encontré con que el tío español que la escribía hacía mil viajes alrededor del mundo, ejemplo: "Hoy he contactado para varios trabajos. Tengo el verano libre... es mi "break" académico. Instructor de buceo en algún sitio perdido, guía de viajes aventura en el Sudeste Asiático, profesor de castellano cerca y lejos (el contrato de tres años en Japón es Muy tentador!!! ).... Sigo con el proyecto de la ONU y creo que voy a ponerme en serio con los intercambios de castellano-alemán.Me han ofrecido mudarme a un piso de alemanes...". Me interesó la cosa esa. Investigué y supe que la internet está plagada de páginas personales, unas más interesantes que otras. Algunas describen la cotidianeidad de sus creadores, otras muestran sus inquietudes artísticas, y hay las que son concebidas como una simple vía de comunicación entre el redactor y sus familiares o amigos que se encuentran lejos (o cerca y son fánaticos de la Red). Mencionado el antecedente, diré que hace unos días me ocurrió lo mismo, buscando información en el google, llegué hasta la página de un escritor del que me interesaba leer algo, pero poco después, producto de mi compulsiva afición por "clickear" íconos, símbolos, o todo lo que se remarque en la pantalla, me vi ante la posibilidad de crear mi própia página weblog. Llené todos los espacios requeridos con la desconfianza que fundamentan mi ingorancia cibernética y mis esquemas mentales ochenteros (más proclives a la cursileria postal y a establecer nuevas relaciones sociales vía mesa de bar o de cantina, que a la parefernalia del mundo virtual), pero a pesar de mis dudas, pronto apareció ante mí la indicación de que la página estaba lista y de que ya podía lanzar mis mensajes al mundo. Como no había pensado que la cosa fuera a dar resultado, no supe que hacer. Se me ocurrió como serían las notas de mi diario:
Lunes 7 de Febrero.- Me levanté, fui al trabajo, regresé, comí, vi la tele, cené, vi la tele, me dormí.
Martes 8 de Febrero.- Me levanté, fui al trabajo, regresé, comí, vi la tele, cené, vi la tele, me dormí. Mi vida es una mierda.
Ante estas sombrías expectativas, decidí empezar poniendo la letra de una canción del Rockdrigo. Ahora creo que no hay por qué apenarse, después de todo, la mayoría del tiempo vital de las personas del mundo mundial, está consumida por una cotidianeidad más o menos aburrida para ellas mismas. Quiero decir que hay evidencias históricas de que aquél que es actor de cine o una glamorosa modelo profesional, también en la intimidad dice para sí: Mi vida es una mierda, y más aún: la mayoría de las personas no entra a la internet a leer las weblogs, así que la posible vergüenza de quedar exhibido como un ser gris, de mala ortografía, pésimos gustos, egocéntrico, o borracho, se reduce a una docena de amigos y amigas a quienes se les ha obligado en determinado momento a leer la página y que de por sí ya lo conocen a uno; y todavía más: siempre queda la posibilidad de inventar algo: "Ayer, luego de estacionar mi Ferrari...", claro que los amigos dirán: "¿Cuál Ferrari?", pero entonces uno puede zanjar: "Era un cuento". En fin, que aquí estoy, escribiendo para mí, apelando a la posteridad con la secreta emoción de que alguien, en algún lugar, algún día de un futuro lejano, lea mis archivos y diga: ¡No mames, este güey es de poca madre, y además tenía una vida muy interesante! Y ya me voy porque tengo que cenar y luego ver la tele.

Thursday, February 10, 2005

Accidentes en Estado de Sobriedad.

Hoy hace ocho días que me rompí la cabeza. Después de doce impunes años de borracho me cai al salir de la ducha y le propiné un seco golpe de zona parietal a la división de cemento que hace correr la puerta. Cuando menos no me descalabré, pensé después de un primer tanteo cuando estaba todavía en el piso, pero nada más decir esto y el sabor escalofriante de la sangre se deslizó suavemente hasta las comisuras de mis labios. Me paré como un muñeco de resorte para hacerme una revisión exhaustiva en el espejo y pude ver una abertura en mi cráneo, de unos ocho centímetros más o menos. ¡Me carga la chingada! Me dije luego de pasar un buen rato absorto frente al espejo. Salí del baño lamentando los antibióticos que me impedirían disfrutar las terapéuticas cervezas de los fines de semana y dejando el peliculesco rastro. Me puse mi short grunge, una camisa y me iba limpiar la sangre cuando pensé: "no, si me limpio la sangre me van a tener tres horas esperando en el hospital", así que me puse las botas y ya iba de salida cuando reparé en que una cosa es romperse la cabeza y otra salir como un personaje de La Noche de los Muertos Vivientes, entonces agarré un peine y me empecé a alisar los cabellos. Mientras hacía esto recordé la peli de Terminator, y luego no sé por qué me sentí Robert de Niro en Taxi Driver "¿me hablas a mí? ¿ME HABLAS A MÍ?" y hasta me puse a representar la escena en una versión un poco más Gore frente a la luna de mi clóset, "¿ME HABLAS... A MÍ?" La suspendí cuando noté que mi hermana me miraba alarmada desde la puerta abierta.
Antes de entrar al acceso del pabellón de Urgencias decidí reavivarme, mediante una ligera manipulación del cuero cabelludo, una ligera hemorragia que diera un toque de vivacidad urgente a la herida, pero mi optimismo se desvaneció en la puerta misma de la sala de espera, cuando el guardia de seguridad me preguntó bostezando: ¿A qué viene? Vengo a visitar a un amigo, nomás que ya no me dio tiempo de pasar a comprar la pólvora para cauterizar la herida de mi cabeza, pensé decir. Pero ante la decidida apatía del guardia preferí señalarme la herida sangrante. Pensé que me diría algo así como: tome asiento ahí junto al señor del infarto, pero no dijo nada, se acomodó la gorra y desapareció tras las puertas oscilantes. Tuve la fortuna de que me atendiera un pasante, por lo que el trato fue bastante profesional. Ahora al menos tendré un pretexto tangible (cinco puntadas), para hacer alguna que otra tontería cuando me dé la gana.

Wednesday, February 09, 2005

Para Evangelina con Amor.

Fue en la Facultad de Administración cuando me sucedió.
Se llamaba Evangelina, no recuerdo sus apellidos. No era guapa, de hecho era chaparra, muy entrada en carnes y mal encarada, pero aún así cambió mi vida. Era mi maestra de Fundamentos de Contabilidad. Una mañana, durante la primera semana de clases, regresaba yo de echar un vistazo a los pasillos de lo que sería mi alma mater. Venía imaginando la de cosas increíbles que estaban por sucederme, conocería gente nueva, nuevos amigos con quienes intercambiar puntos de vista, compañeras cuyos atributos físicos serían sólo comparables con su generosidad y avidez de conocimiento, decanos de hablar pausado y maneras elegantes, ansiosos por desbordar en nosotros aquel viejo y sistemático impetu indagador; no era una mala perspectiva. Pues no terminaba de sentarme en la butaca cuando Evangelina pregunto:¿Quienes vienen de un CBTIS? Se levantaron treinta y cinco manos de sesenta. Para ella eso fue suficiente. Entonces ya saben hacer un balance y un estado de resultados, dijo. A partir de ahí, los veinticinco que tuvimos la desgracia de egresar de las preparatorias incorporadas nos la pasamos implorando piedad a los del CBTIS. Algunas veces accedían y nos dejaban copiar la nomenclatura de las cuentas T, pero Evangelina tomaba nuestra fortuna como una señal de que su demencial metodología era maravillosa y empezaba a rendir los primeros frutos, entonces aceleraba el paso. No podía conciliar el sueño, y en lugar de contar borregos me la pasaba pensando: Fundamentos de Contabilidad está seriada con Contabilidad II, Contabilidad II está seriada con Contabilidad III, Contabilidad III con Matemáticas Financieras y Matemáticas Financieras con contabilidad IV, ¿cuántas materias a recursar están permitidas? Cuando menos lo imaginaba ya estaba de nuevo sentado en la cama echándole un ojo al reglamento escolar. Claro que hubo desencanto entre la minoría, pero a la hora de revisar las polizas de diario, los números borroneados en nuestras tareas nos infundían tal desánimo que nos sentíamos rebasados por mucho más que diez elementos, ahí se ahogaban nuestras protestas.Casi al final del semestre, cuando nuestros semblantes desencajados echaban chispas al estrellarse con las banales risotadas de los egresados del CBTIS, Evangelina informó de un ejercicio contable. Se calificarían balance general, estado de resultados, polizas de diario, cuentas T, y demás etcéteras, era viernes y lo quería para el lunes, la revisión era inobjetable. Los neófitos, que para entonces habiamos formado ya una caótica rondilla de estudios, decidimos quedarnos después de clase para echarle un ojo a la virtual sentencia. Se externaron algunas soluciones: pagar a un contador para que hiciera el ejercicio, que era lo más socorrido, no funcionaba en el plano colectivo porque el ejercicio tenía que llenarse a mano e implicaba un trastornado congreso que traería consigo una gama de posibles fallas que de ser detectadas nos mandarían directo a la lumbre del Título de Suficiencia; una asesoría relámpago se antojaba tardía tomando en cuenta la torpeza de nuestro ánimo deseperado, la más viable resultaba ser nuevamente la clemencia de nuestros compañeros adelantados: formar pareja con alguno de ellos y recolectar el conocimiento que fuera cayendo de sus labios. Como el hambre arreciaba interrumpi mi preocupado silencio para ir a comprar algo de comer. Cuando regresé a las jardineras todo mundo había huido hacia los botes salvavidas y yo me encotraba solo en cubierta, con mi barcaza contable haciendo agua. Primero me sentí solo, desamparado, me dieron ganas de silbar  una tonadilla en homenaje a los músicos del Titánic, nomás para darle un toque dignidad a mi naufragio, pero después un repentino coraje se apoderó de mí, tomé mis libros, las hojas de registro y me subí al autobús que va rumbo a mi pueblo listo para no dormir en dos días. Cuando llegué a casa lo primero que hice fue avisar que no estaría para nadie, después arrojé la mochila sobre la mesa, entré al baño, sonó el teléfono, lo contesté, me enteré de una fiesta y salí a ponerme una borrachera de cuarenta y ocho horas. Nunca más entré a la clase de contabilidad de Evangelina, las reprobé y recursé todas (se podían recursar cuatro), y a falta de un mejor lugar me la pasaba en la Biblioteca leyendo sin ton ni son. Hasta la fecha no sé hacer un balance general ni un estado de resultados, pero esas horas muertas despertaron en mí un amor por la literatura.

Tuesday, February 08, 2005

DIEZ SEGUNDOS

DIEZ SEGUNDOS
Nadie mira hacia arriba. Yo empecé aquella vez que me siguió la tortolita. Bueno, en el Polvoriento en realidad no hay gran cosa que ver: las ramas de algunos árboles viejos, postes de luz o cuartos de azotea sin el menor chiste, pero eso no pasó en el Polvoriento sino aquí. Yo andaba por los nueve años y preparándome para la primera comunión. Recuerdo a Doña Lucía, una señora gorda de cara estirada que nos daba el catecismo hablándonos pausadamente, cómo si no acabáramos de comprender el español. Usaba un tiple meloso y un chal tejido de color gris sin el cual, supongo, se sentiría desnuda. “Bueno niños, nos vemos el próximo jueves, si dios quiere”, decía al terminar. Tenía también un hijo menor que nosotros: Samuel, al que zarandeaba constantemente por andar retozando en el atrio de la iglesia. Se veía que le costaba un trabajo enorme no mentarle la madre en el recinto sagrado, pero fuera de ahí, el cabroncillo pagaba las habidas y por haber, lo digo porque vivían a cuatro casas de la mía y era común verla arreando a Samuel a reatazos hasta la puerta. Cuando nos encontrábamos en la tienda o en algún lugar donde hubiera gente mayor, siempre me preguntaba si había estudiado el librito de los rezos. “¡Ya dentro de tres meses si dios quiere hace su primera comunión!”, informaba luego a quienes les importaba un pito mi alma. Para ella no se movía una hoja del amate si dios no lo quería. “Si dios quiere con los fondos de la kermés vamos a poder arreglar el campanario... si dios quiere el domingo vamos a tener la junta con sus padres para ver lo de los pantalones”, decía taladrando nuestra paciencia cuando de acuerdo al reloj ya podíamos salir a echar las retitas de fut. “Bueno niños, nos vemos el próximo jueves si dios quiere”. Un día decidí que dios no tenía por que querer una chingada y no fui al catecismo. Luego me regañaron, pero yo había tomado la decisión, no Dios. “Dios nos da el libre albedrío para hacer cosas buenas y malas”, nos dijo luego la doña. “Pero siempre estamos en sus manos”. Si así era yo iba a hacer cosas malas, eso pensé hasta que pasó lo del Pichón. El Pichón iba en mi salón cuando fue atropellado por una camioneta a la que se le reventó una llanta. Nunca volvió a ser el mismo gordo culero que te echaba un gargajo en la tarea sin revisar. Regresó del hospital convertido en un muñeco de trapo sentado en una silla de ruedas. Su madre tenía que empujarlo hasta la sala los viernes en que la maestra Rosi nos llevaba a visitarlo. Dios no había querido que terminara la escuela. Eso me dio miedo. Siempre habría alguna camioneta pasando a mi lado, y habiendo escuchado a doña Lucía, quién me aseguraba que no sufriría las consecuencias de perder la fe en la omnipotencia divina. Como mis disertaciones llegaban hasta ahí, y no había regreso, busqué el amparo en algo más sencillo: el azar. Usarlo me convirtió además en una suerte de adivino. Si por ejemplo tenía que escoger entre salir a jugar y más tarde hacer la tarea, o al revés, echaba una moneda; casi siempre pedía Águila para salir, no me agradaba el Sol, se me hacía idiota, nunca vi uno del otro lado de las monedas. Si ganaba quería decir que aunque mi abuela dijera que eran primero las obligaciones, en ese momento las cuentas no me saldrían bien de todos modos, así que sacaba mi balón y me dirigía a las canchas. Si perdía, era señal de que el maestro las pediría a primera hora y yo no lograría terminarlas, o de que me torcería un tobillo, así que me ponía a trabajar. La Santísima Trinidad y yo estábamos por fin en contacto. Cuando empecé a echar dos de tres y luego tres de cinco, cambié de método. Entonces escogí a los pájaros. Para que mi nuevo sistema no fallara les daba sólo diez segundos para volar o quedarse, sin importar dónde estuvieran parados.
Pues ese día había venido con Verónica. Estaba afuera de la zapatería intentando no aburrirme mientras ella desesperaba a la dependienta probándose cincuenta mil modelos. Me senté en los escalones, junto a un pilar. En la banqueta de enfrente ya se ponía el señor ese del cilindro. Me quedé ahí un rato escuchando la música. El cilindrero se había quitado la gorra y le hacía pases a los peatones con esa mano, con la otra le daba vueltas a la manija. En un instante giré la cabeza, y a tres metros de mí, vi parada a la niña más bonita que yo había visto en mi vida. Ella miraba sin mucho interés los cristales del aparador, seguro matando el tiempo igual que yo. Imaginé que su madre y la mía debían estar haciendo sudar la gota gorda al ayudante de la bodega. Estaba divertido con esa idea cuando note que volteaba hacia mí, un poco cómo intrigada. Me sentí cómo un idiota hasta que sonrió, yo también sonreí. Ambos seguimos en lo que estábamos, pero a ratos nos sorprendíamos de reojo. Yo me puse nervioso, la situación me incomodó, me invadió el presentimiento de que debía hacer algo, pero por otro lado ¿que podía hacer? Bueno, a esa edad intercambiar tres frases con una desconocida parecía un logro aceptable, pero ¿qué haría? ¿Saludarla? Entonces recordé que no tenía porque angustiarme, podía buscar la clarividencia divina en los cables de luz. Miré hacia arriba pero no había ni un solo pájaro, así que me quedé ahí sentado escuchando el vals de Alejandra. Tras otro par de miradas y un coraje repentino me levanté y caminé hacia la esquina. Efectivamente, ahí, cerca de un transformador, hurgando con su pico bajo una de sus alas, estaba una tortolita. Como siempre hacía cuando ganar significaba arriesgar demasiado, supuse que perdería, y pude por fin decidir que un “¡hola!”, sería lo más conveniente. El desasosiego, producto de esa sensación cómo de que algo muy importante está por ocurrir, se apoderó de mí. Me quedé ahí parado unos segundos, luego aspiré profundo, miré al pájaro y conté para perder.
No sé que pasó con la niña, las únicas imágenes que tengo en mi cabeza son de Verónica caminando por las calles y yo detrás de ella con la cabeza levantada, observando como la tórtola hace piruetas junto a los edificios, revolotea unos instantes y termina posándose en una ventana, frente a nosotros, unos segundos antes de que ella, mi madre, se pierda en los pasillos de las plazas comerciales preguntando por zapatos del cinco y medio.

Fusión

Tengo la piel delgada, frágil e indefensa, tanto que a veces siento lástima por ella, porque no es capaz de mantener dentro de sí la soledad. Si tan sólo supiera que pertenece a alguna parte, la colgaría del perchero más alto y perdería mi rastro en la línea vertical. Pero por ahora sólo puedo caminar a mil seiscientos kilómetros de mi panteón adormecido, pensando en la diosa que no pude rescatar- que se divierte no queriendo saber nada mas de mí-, en mi grupo de fantasmas buscando siempre alguna sesión espiritista para cantar una canción, y en una nube homosexual que baja para coquetear un poco con un perro de su mismo sexo, pero que, al no encontrar ninguno, se conforma tan sólo con abrirme las puertas de la noche y tomarme algunas fotos en la parada de los vagabundos.
Y camino, camino tan lejos que me despierto con un sabor a infancia, y vuelvo a sentir lástima de mí mismo y de mi piel, que se ha cansado de seguirme a todos lados. Creo que ambos queremos estar un poco a solas ¿sabes?, es sólo que aquí no hay tiempo. No hay tiempo de nada ya.

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2


Y tomamos decisiones tan precipitadas que ponemos nuestra vida en manos de un niño sacando granos de sal, ¿es verdad que una gaviota puede cambiar una idea, una confrontación o una lección de inexistencia?

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3

Un pastor camina sobre la luna, traduciendo cabizbajo el resplandor de las estrellas, logrando por fin que las palabras describan la tinta que las crea. Pero sigue triste porque nadie ha confirmado su asistencia a la ceremonia del café, donde por fin casará eternamente con la incertidumbre, mientras, ella sigue acumulando vicios que sean agradables para ambos.

Pero cierras los ojos, cierras los puños y el sonido. Soportabas no verla largo tiempo mientras los dividiera tan sólo una ciudad. Ahora las ecuaciones se entrometen en tu sueño, quisieras poder estar en tregua con lo abstracto, o haber enloquecido de pequeño, así no tendrías que preocuparte de los monstruos que te han ido señalando, ni caminar alrededor de una botella preguntándole a la puerta: ¿verdad que puedo llamarte: Madre? Pero el frío te hace sentir seguro, paseando junto a las máquinas multimillonarias, agachando la cabeza y sonriéndole al asfalto: esta va por ti, esta va por mí, esta por ti, y así hasta llegar al final de la avenida, donde la señal de transito dice: cementerio.
Entonces te sientas, abres otra lata y te rascas la resignación, preguntándote quizás, si habrá alguien que te lleve de regreso

Pero eso no sucede
No sucede. La distancia es inversa al tiempo. No soportas estar lejos, quieres verla, no porque no la veas, sino porque no la puedes ver. Levantas la cara y le preguntas a una ráfaga preñada dónde queda la próxima montaña. Y vuelves a sonreír, al mirar que una marioneta baila frente a un espejo y te sonríe, y tú le sonríes, y ella te sonríe más y así, hasta que al mismo tiempo se quitan un poco de mugre de los dedos. Entonces te das cuenta de que estás en un valle, en un enorme valle donde no puedes imaginar ballenas, ni licores cayendo del cielo, y por vez primera piensas en todo lo que has dejado atrás.
El autobús se para, pero ninguno de los dos se sube (aunque crees que la marioneta hizo el intento). Y tú sólo observas, poniendo un abrigo sobre tu cabeza para retener la lluvia que sube desde el suelo.
Y sonríes, sonríes queriendo expresar melancolía, pero te han engañado las hormigas, esas pícaras que detectan rápidamente la credulidad, te han contado que existen otros tipos como tú, y te llevaron a una ronda enorme, hasta que te enfadaste y tuviste que comerte a seis. Y luego despertaste, y sabías que estabas despierto porque eras pájaro de nuevo, y volabas de regreso a las montañas, mirando las calles desde arriba, y la distancia ya no se medía en trillones de segundos, y eras feliz, aunque no sabías que cara poner ante tal cosa, y aunque después de un rato te invadió el terror, el miedo de tener boca y no poder gritar, todo lo malo se desvaneció al mirar a lo lejos la primer ballena

Evalenzo
Houston Texas.


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"Cabalgo sobre sueños
innecesarios y rotos
prisonero iluso
de esta selva cotidiana
y como hoja seca
que vaga en el viento
vuelo imaginario
sobre historias de concreto..."

Rockdrigo González