tecuanes punto com. Blog de Evalenzo

Tuesday, February 10, 2015

Estéticas.

      En los tiempos en que yo era niño, cuando estaban a punto de terminar las vacaciones de verano y había que empezar con los preparativos para el regreso a clases, uno de éstos era cortarme el cabello. Llegaba yo con mi padre a una peluquería, saludábamos al peluquero y esperábamos; mi padre leyendo el diario deportivo y yo mirando la televisión. Luego me sentaba en un cajón de madera que ponían sobre la silla y me cortaban el pelo como deben traerlo los niños de la primaria. Los hombres íbamos a las peluquerías y las mujeres al salón de belleza. La niñas desconozco a dónde iban.
      Pasó el tiempo y a algún visionario empresarial se le ocurrió que el salón de belleza y la peluquería podrían estar en un mismo lugar, así que rentó un local, puso las secadoras de cabello, las palanganas para la manicura y las sillas de peluquería; pero ya no los diarios deportivos ni los cilindros de espirales azules y rojos. En lugar de eso compró vitrinas y las llenó con champús; luego subió los precios y colocó un letrero en la entrada que decía: "Estética unisex". Como toda innovación quizás al principio fue un concepto incomprendido, pues finalmente cortarse el cabello era uno de los pocos momentos que el matrimonio tenía para relajarse y descansar uno del otro, pero el capitalismo, que no se detiene en consideraciones humanitarias, pronto encontró la solución: contratar estilistas, quienes ya para entonces estaban egresando de las flamantes academias armados con ideas de vanguardia. Esto con el tiempo fue un exitazo, pero como toda revolución, trajo como consecuencia una serie de desencantos que hasta la fecha no paran. El primero fue que las peluquerías que sobrevivieron se fueron transformando en recintos solemnes pero anacrónicos y con atmósfera melancólica. Los peluqueros se hicieron viejos, los clientes que ya eran viejos se hicieron más viejos, los rastrillos desechables jubilaron a los barberos y los niños adquirieron derechos, se revelaron y se largaron con sus hermanas mayores a las estéticas. Hoy nomás se animan a entrar a una peluquería aquellos que tengan ganas de platicar del Zacatepec del Harapos Morales.
      Pero en las estéticas, a pesar de lo que se cree, no todo es felicidad, porque ante el éxito del concepto vino la competencia feroz. Se rentaron locales más grandes, se instalaron espejos de foquitos de camerino, se ofrecieron servicios más especializados y posmodernos como uñas con figuras, luces color morado (antes llamados rayitos), manicura y faciales para hombres, etc., los estilistas que no eran gays tuvieron que fingir serlo so pena de ser desterrados a las peluquerías; los precios subieron más y las estéticas que se fueron quedando rezagadas por no poder ofrecer la infraestructura de la exclusividad, se transformaron en estéticas unisex de clase B, que son un limbo entre las peluquerías y las estéticas de las plazas comerciales.
      Estas estéticas que son más modestas en sus servicios (y que llevan por nombre "Lupita", "Teresa" o como se llame la dueña) son por lo mismo más accesibles para el varón acomplejado que no quiere que algún conocido lo salude a través del cristal mientras está sentado en medio de señoras con papel aluminio en la cabeza. A una de esas es a donde fui hoy a cortarme el cabello, por cuestiones que no vienen al caso, y con los resultados de siempre.
      Hacía cinco años que no me cortaban el cabello, porque durante ese tiempo me lo corté yo por dos razones, la primera es que me di cuenta de que cortar mi cabello no tiene ningún chiste, pues se esponja en mechones que pueden ser eliminados a discreción con unas tijeras vulgares dejándome un aspecto intelectual y distinguido como el de Juan José Arreola. Y la segunda es porque luego de abandonar las peluquerías donde no había otra cosa que el casquete corto, descubrí que padezco una imposibilidad irrevocable para establecer comunicación con las estilistas. Al principio pensé que era porque en las estéticas se usaba un argot peculiar y juguetón que variaba cada cierto tiempo y que yo desconocía, que si por ejemplo decía yo "despunte", significaba en ese momento histórico de la moda cortar tres cuartas partes y dejar unas puntitas de dos centímetros, o que si decía: "con patillas" estaba en realidad dando la orden de rasurar las patillas, o que "corto" significaba a la mullet y pedir a la mullet era quedar con un mohicano, etc. Pero el hecho es que hace un tiempo me sucedió lo siguiente: había quedado de verme con una amiga y ella se había retrasado en la estética, así que hasta ahí llegué yo a ver revistas. Mientras la esperaba ella me sugirió: "¿Por qué no aprovechas y te cortas el pelo?" Yo pensé que no quería cortarme el cabello, pero atendí a la indirecta y contesté que sí, que era buena idea. Entonces cuando la estilista me dijo: "¿Cómo lo vamos a querer?" Se me ocurrió pedirle una de las revistas donde venían fotos como de archivos policiacos, de frente, perfil y tres cuartos, nomás que de gente más atractiva. Le señalé el corte menos extravagante y laborioso a la estilista, luego ella me miró con una sonrisa como de capitán de meseros que aprueba el buen gusto del cliente en la elección del vino, me puso el babero, apretó las jaretas, mojó el cabello y empezó a cortar. Debo aclarar que una vez que la estilista hace eso por alguna razón me quedo mudo, así que goza de total impunidad. Al final ni mi cabello ni yo nos parecíamos en absoluto al joven apuesto de la revista. Otra cosa que no sé cómo responder es cuando preguntan: "¿Quiere que le seque el cabello con la secadora o lo quiere húmedo? ¿Qué tan húmedo? ¿va a querer que le aplique alguna cera?".


Imagen del maestro Juan José Arreola.