tecuanes punto com. Blog de Evalenzo

Wednesday, February 09, 2005

Para Evangelina con Amor.

Fue en la Facultad de Administración cuando me sucedió.
Se llamaba Evangelina, no recuerdo sus apellidos. No era guapa, de hecho era chaparra, muy entrada en carnes y mal encarada, pero aún así cambió mi vida. Era mi maestra de Fundamentos de Contabilidad. Una mañana, durante la primera semana de clases, regresaba yo de echar un vistazo a los pasillos de lo que sería mi alma mater. Venía imaginando la de cosas increíbles que estaban por sucederme, conocería gente nueva, nuevos amigos con quienes intercambiar puntos de vista, compañeras cuyos atributos físicos serían sólo comparables con su generosidad y avidez de conocimiento, decanos de hablar pausado y maneras elegantes, ansiosos por desbordar en nosotros aquel viejo y sistemático impetu indagador; no era una mala perspectiva. Pues no terminaba de sentarme en la butaca cuando Evangelina pregunto:¿Quienes vienen de un CBTIS? Se levantaron treinta y cinco manos de sesenta. Para ella eso fue suficiente. Entonces ya saben hacer un balance y un estado de resultados, dijo. A partir de ahí, los veinticinco que tuvimos la desgracia de egresar de las preparatorias incorporadas nos la pasamos implorando piedad a los del CBTIS. Algunas veces accedían y nos dejaban copiar la nomenclatura de las cuentas T, pero Evangelina tomaba nuestra fortuna como una señal de que su demencial metodología era maravillosa y empezaba a rendir los primeros frutos, entonces aceleraba el paso. No podía conciliar el sueño, y en lugar de contar borregos me la pasaba pensando: Fundamentos de Contabilidad está seriada con Contabilidad II, Contabilidad II está seriada con Contabilidad III, Contabilidad III con Matemáticas Financieras y Matemáticas Financieras con contabilidad IV, ¿cuántas materias a recursar están permitidas? Cuando menos lo imaginaba ya estaba de nuevo sentado en la cama echándole un ojo al reglamento escolar. Claro que hubo desencanto entre la minoría, pero a la hora de revisar las polizas de diario, los números borroneados en nuestras tareas nos infundían tal desánimo que nos sentíamos rebasados por mucho más que diez elementos, ahí se ahogaban nuestras protestas.Casi al final del semestre, cuando nuestros semblantes desencajados echaban chispas al estrellarse con las banales risotadas de los egresados del CBTIS, Evangelina informó de un ejercicio contable. Se calificarían balance general, estado de resultados, polizas de diario, cuentas T, y demás etcéteras, era viernes y lo quería para el lunes, la revisión era inobjetable. Los neófitos, que para entonces habiamos formado ya una caótica rondilla de estudios, decidimos quedarnos después de clase para echarle un ojo a la virtual sentencia. Se externaron algunas soluciones: pagar a un contador para que hiciera el ejercicio, que era lo más socorrido, no funcionaba en el plano colectivo porque el ejercicio tenía que llenarse a mano e implicaba un trastornado congreso que traería consigo una gama de posibles fallas que de ser detectadas nos mandarían directo a la lumbre del Título de Suficiencia; una asesoría relámpago se antojaba tardía tomando en cuenta la torpeza de nuestro ánimo deseperado, la más viable resultaba ser nuevamente la clemencia de nuestros compañeros adelantados: formar pareja con alguno de ellos y recolectar el conocimiento que fuera cayendo de sus labios. Como el hambre arreciaba interrumpi mi preocupado silencio para ir a comprar algo de comer. Cuando regresé a las jardineras todo mundo había huido hacia los botes salvavidas y yo me encotraba solo en cubierta, con mi barcaza contable haciendo agua. Primero me sentí solo, desamparado, me dieron ganas de silbar  una tonadilla en homenaje a los músicos del Titánic, nomás para darle un toque dignidad a mi naufragio, pero después un repentino coraje se apoderó de mí, tomé mis libros, las hojas de registro y me subí al autobús que va rumbo a mi pueblo listo para no dormir en dos días. Cuando llegué a casa lo primero que hice fue avisar que no estaría para nadie, después arrojé la mochila sobre la mesa, entré al baño, sonó el teléfono, lo contesté, me enteré de una fiesta y salí a ponerme una borrachera de cuarenta y ocho horas. Nunca más entré a la clase de contabilidad de Evangelina, las reprobé y recursé todas (se podían recursar cuatro), y a falta de un mejor lugar me la pasaba en la Biblioteca leyendo sin ton ni son. Hasta la fecha no sé hacer un balance general ni un estado de resultados, pero esas horas muertas despertaron en mí un amor por la literatura.

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