tecuanes punto com. Blog de Evalenzo

Tuesday, February 03, 2009

Carlos Saura, instalaciones, mezcal y blues.

El viernes pasado mi mujer tenía una cena con sus compañeras de trabajo, así que pensé en ir al cine. Tenía en mente ver una película de balazos, o al menos el póster era de balazos, sin embargo al comprar el boleto me dijeron que la habían quitado para proyectar un documental –no era un cine comercial- y que como era la premier la entrada era gratis. En la sala principal, que estaba desierta, iban a poner una película de Carlos Saura. Me decidí por el documental, trataba de cinco adolescentes que se habían empecinado en formar una banda de heavy metal en Bagdad, y daban conciertos en hoteles derruidos y en medio de bazucazos. Empezaba bien, pero luego el tema se iba desviando hasta que se volvía el pretexto para mostrarnos otra vez lo angustiante y jodido que es vivir en Irak y sus alrededores, salí con los pelos de punta. Me detuve en una esquina para encender un cigarro y de pronto me di cuenta de que a unos metros de mí a alguien le estaba dando un paro cardiaco, me acerqué velozmente y resultó que no, la multitud se había reunido por otros motivos, como ya estaba ahí decidí investigar. El lugar en el que estaba parado se llama La Casona, y está ubicada en pleno centro del Pueblote, es una verdadera hacienda con arcos y jardines, una de esas mansiones viejas que tarde o temprano caen en manos de algún excéntrico adinerado o de algún funcionario cultural visionario quienes deciden que están que ni mandadas hacer para convertirlas en lo que le hace falta a la ciudad: un espacio que sea un museo, pero que también sea una galería, y donde también se den conciertos, y por supuesto que tenga una librería de esas donde se venden café y pastelillos y también artesanías de la región. Al llegar me di cuenta de que la gente formaba un círculo en el interior de una bóveda a medio restaurar, me integré y estuve un rato esperando que saltara un mago o algo, pero no pasaba nada, algunos señores mayores incluso se habían tirado boca arriba y veían al techo como adormecidos, entonces me di cuenta que aquello que yo había tomado como los ruidos de las obras de repavimentación, provenía de unas bocinas que estaban conectadas a una computadora que estaba sobre una mesita, detrás de la mesita un tipo manejaba un proyector, picaba botones y como que bailaba, detrás de él estaban un baterista, un tecladista, y un tipo joven de sombrero que traía colgada una Gibson Les Paul, todos emitían ruidos extraños, al otro extremo había media tonelada de chatarra que era golpeada ocasionalmente por una pareja en estado inconveniente. Levanté la vista y pude ver proyectadas en forma cóncava una serie de imágenes en claroscuro que me recordaron a la película de Carlos Saura que no había querido ver, me invadió un extraño sentimiento de culpa. Estaba a punto de salirme cuando el de la computadora anunció un receso, y acto seguido, cual mago, un individuo apareció una mesa con vasos y dos botellas de mezcal. La cosa mejoró bastante, los decanos se pusieron de pie, los jóvenes aplaudieron, y yo me di cuenta de que le estaba pisando la bufanda a una señora encopetada que trataba de levantarse, afortunadamente un tipo pasó sirviendo el mezcal y me ofreció un vaso por lo que pude salir de manera elegante de la situación. El tipo me recomendó que visitara la exposición de foto que estaba en la galería, en el segundo piso. El jardín principal me dejó sorprendido, las amplias escalinatas de piedra y argamasa me gustaron, pero no puedo recordar ninguna de las fotos que vi, sólo que eran en blanco y negro, sin embargo recuerdo la posición de una de ellas porque de primera mano me pareció que había sufrido un accidente, estaba a la mitad de un pasillo, en posición horizontal, sujeta de las esquinas y pendiendo de un lazo que había sido amarrado a una de las vigas del techo, luego me di cuenta que debajo de ella había un montoncito de vidrios, como si alguien los hubiera metido ahí con una escoba, todo esto junto a un tocadiscos que reproducía una frase de un disco rayado, entonces supe que estaba frente a una instalación. Y por lo que pude seguir escuchando de la pareja de decanos que se había parado a ver la foto horizontal, lo que había yo visto abajo era una intervención. Decidí buscar al del mezcal. Cuando iba de regreso uno de los organizadores anunció la segunda parte de la intervención, pero en un momento de descuido una jipi en estado de ebriedad tomó el micrófono y solicitó un bajista para que se echara el palomazo con los músicos. Nadie traía un bajo, pero eso fue suficiente para que la banda se arrancara con un blues que logró reunir nuevamente a la concurrencia. Debido a que los que tocaban la chatarra no regresaron, y a que en lugar de los decanos (que habían decidido irse a la cafetería a comprar pastelillos de 50 pesos), se encontraban ahora veinte metiches que habían entrado sólo por la música y el mezcal regalado, el intervencionista dimitió. El concierto siguió y duró poco más de una hora, al final todo mundo salió satisfecho y feliz. Ahora pienso que quizás esos espacios culturales que han expropiado los excéntricos adinerados o los funcionarios letrados, serían un poco menos efímeros y más visitados si se incluyera en el proyecto un bar donde se tocara blues y se sirvieran cervezas y mezcal de pechuga, todo a precios accesibles para los bolsillos de la gente ignorante y metiche que vaya pasando por la calle.

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