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Monday, March 10, 2008

CUMPLEAÑOS

Una de las actividades que ya no hago es la de organizar mi fiesta de cumpleaños, en primera porque he comprobado que no tengo la vocación de festejado. En lugar de sentarme al final de la mesa a recibir regalos y a ordenar que pongan canciones del Piporro que es la música que a mí secretamente me gusta, me la paso picando el hielo para enfriar las cervezas y revisando que los coches de los invitados estén estacionados en un lugar seguro. En segunda porque carezco del temple necesario para levantarme el día de mi cumpleaños y evitar hacer un análisis de mi vida: abro los ojos, miro el sol de la mañana, compruebo mi perfecto estado de salud, me doy el visto bueno frente al espejo, me congratulo por tener a tantos seres queridos, y cuando recuerdo que aún no tengo una cuenta en el sistema de ahorro para el retiro, me deprimo.
Pero creo que lo que más me aterra de las fiestas de cumpleaños propias y ajenas, es el momento en que una persona baja el volumen de la música y otra más empieza a cantar las mañanitas del rey David. Quizás esto sea producto de algún trauma infantil, ahora mismo viene a mi mente una escena: me veo de ocho años, con un plato vacío de plástico en la mano, la mirada ausente, cantando: “volaron cuatro palomas por toditas las ciudades”, hay una mujer que es la tía lejana del festejado que ha llegado de algún lugar también lejano trayendo consigo un pastel, cuando cantamos: “…mira que ya amaneció”, ella continúa: “de tanto cantar y cantar…”, y más adelante: “de las estrellas del cielo…”, y así, cada vez que los invitados llegamos esperanzados a la frase: “…mira que ya amaneció”, ella nos motiva empezando la siguiente estrofa: “quisieeeera ser soleciiiito…”.
No obstante lo anterior, debo decir que sí tengo algunos buenos recuerdos de mis fiestas de cumpleaños, uno de ellos data de mi época de novato en la preparatoria, la maestra Conchita se había enterado y había mandado a alguien por un pastel. Cuando terminó su clase lo partimos y salimos a comernos las rebanadas al pasillo. Yo estaba junto a Rodariega cuando una chica en minifalda se acercó y nos preguntó de quién era el cumpleaños. Rodariega dijo: mío, la chica sonrió, hizo una seña y llegaron doce de tercer año que se cargaron a Rodariega hasta la cisterna de la escuela, donde lo depositaron.

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