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Monday, May 17, 2010

REMI

Hace unos días, una mujer de mi edad relataba algo que le había ocurrido recientemente, no recuerdo que era, pero sí recuerdo que usó la siguiente expresión: “…Y yo así ya con el ojito de Remi, me le quedé mirando…”. Yo que hasta ese momento estaba pensando que no tenía calcetines limpios, solté una carcajada solidaria, la cual no fue secundada por el resto de los interlocutores, la mayoría más jóvenes. Esto me ha llevado a pensar en la validez de usar expresiones provenientes de referencias que hoy en día parecen insondables, pero que de alguna manera han seguido en la mente de una generación anacrónica, la mía. Para analizar el punto es necesario analizar la fuente. No tengo el documento a la mano, sé que venden la serie completa afuera de algunas estaciones del metro, pero como no había pensado en hacer un análisis del caso hasta hoy, lo haré confiando en los alcances de mi memoria. Remi es la historia de un niño francés que vivía en la aldea de Shavanof o Shavanov (debido a que no estoy seguro de los nombres ni conozco el francés, usaré el sistema fonético para referirme a ellos tal y como los recuerdo). Su entorno familiar parece salido de una película de nuestro cine de oro: madre abnegada y trabajadora, padre ausente, que un día se aparece y resulta alcohólico y golpeador, comida miserable: baguetes con café. La voz de un declamador profesional irrumpe en off de vez en cuando para ponernos en contexto diciendo cosas como: “A pesar de todo, Remi se sentía feliz, pasaba largas horas en el campo en compañía de su vaca, y soñaba con ayudar a su madre”. Casi de inmediato nos enteramos, (por culpa del padre, que se la pasa renegando de su pobreza), de que Remi es en realidad un hijo adoptado por esta familia. No obstante la madre, lo quiere como al hijo que nunca pudo tener: “¡dime mamá!”, le dice. “¡Mamá!”, “¡más fuerte!”, “¡MAMAAAÁ!”. Una mañana al padre se le termina el dinero para el alipús, y como si estuviera dando el pie para un corrido de los Tigres del Norte, decide vender al hijo por unas monedas. El comprador es un artista ambulante llamado: el Señor Vitalis, quien además de cargar un arpa, se hace acompañar de un mono capuchino vestido de botones: Corazón Alegre, y de tres perros vestidos de humanos: Dulce, Cerdino y Capi. Una vez cerrada la transacción el señor Vitalis se aleja de la aldea con el pequeño Remi a rastras, el padre va a la tienda por más vino, y la madre llega a la choza cansada de lavar ropa ajena. Cuando ella se entera de lo que ha sucedido sale corriendo por una ladera a buscar a su hijo, grita, llora, pero es demasiado tarde, sólo se escuchan las campanas de la iglesia del pueblo. Remi ha desaparecido y quién sabe qué peligros le esperen. El terror que me embargaba a los ocho años después de haber visto esto, se convertía en una especie de azoro al escuchar la canción con que cerraba la serie, empezaba más o menos así: “tun tun tun tun caminar, tun tun tun tun a correr, tun tun tun tun caminar, juntos por el camino, brinco, salto y corro, feliz por los campos, todo es muy hermoso si lo sabes ver…”. Recuerdo que por un tiempo no soportaba escuchar las campanas de la iglesia. La historia continúa con la compañía ambulante del Señor Vitalis presentándose por varias aldeas. Remi empieza por tocar el pandero y hace piruetas mientras el señor Vitalis toca el arpa, los perros bailan en dos patas y el mono pide dinero a la gente con una tacita. Remi llora por las noches, y recuerda a su madre tendiendo la ropa. Esto sucede en la Europa del siglo antepasado, así que igual que en la época de nuestro cine de oro, la policía no puede hacer nada ante los reclamos de la madre. Sin embargo el señor Vitalis a pesar de ser tratante de personas y explotador de menores, resulta que no es mala gente, ni pederasta, comparte con Remi las ganancias y el baguete. Según recuerdo, siempre comen baguete y envuelven los sobrantes en un pañuelo para luego guardarlo en unas mochilas de cuero. Cuando una función se arruina por alguna razón, digamos un aguacero repentino que dispersa a la gente, la compañía Vitalis regresa al hotelucho donde se hospedan, el señor Vitalis abre la mochila, saca el pedazo de baguete, lo desenvuelve, lo parte, y reparte los pedazos entre todos, incluidos los perros y el mono, porque todos comen baguete. Remi con el paso del tiempo se va acostumbrando a su nuevo oficio y hasta le agarra el gusto (de ahí la canción que canta al final), ahora viste un chalequito negro y usa un sombrero de ala ancha con pluma de pachuco, pero cual si fuera un paisano del otro lado del río, siempre sueña con regresar a la aldea y volver a estar con su madre. Un día el señor Vitalis enferma de tuberculosis, y Remi aprovecha para dar el rol con los perros y llega hasta un barco llamado el Cisne, donde conoce a una señora ricachona que a la postre sabremos es su verdadera madre, pero como en ese punto ni Remi, ni nosotros sabemos eso, la cosa continúa con que regresa Vitalis y decide llevar a Remi a su aldea. Justo entonces una feroz nevada les cierra el paso y los acorrala en un risco. Para empeorar las cosas los acecha una manada de lobos. Dulce, la French Puddle será devorada y Cerdino morirá al intentar defender al grupo, Corazón Alegre morirá después, provocando un trauma indeleble a quince millones de niños. Aplicando el viejo lema de: The show must go on, que en el caso del señor Vitalis se convierte en: “¡siempre adelante Remi!”, la compañía continúa su periplo, pero sintiendo cada vez más cerca su final, el señor Vitalis decide transmitir a Remi todo lo que sabe del negocio. Al estilo Jedi, el señor Vitalis enseña a Remi a perfeccionar su desempeño en el arpa y el canto, pero finalmente también muere, no sin antes explicarle a Remi la ruta para regresar a su aldea. Como Obi Wan Kenobi, Kalimán, o algún priísta legendario, el señor Vitalis todavía aparecerá de vez en cuando para gritar su lema: “¡siempre adelante!”. Para entonces Remi y lo que resta de la compañía deben estar lejísimos porque les lleva varios capítulos regresar a pie, cada vez que a Remi se le doblan las piernas escucha: “¡siempre adelante Remi!”. Durante ese trayecto toma las riendas de la compañía, y con el arpa a cuestas se va presentando en las plazas que quedan de paso. Es entonces cuando conoce a Magia, una especie de Huckleberry Finn, que también viaja de polizón en los trenes. Callejero y sinvergüenza, Magia le enseña a Remy a sobrevivir sin derramar tanta lágrima, lo que nos permitió a todos darnos un respiro. Finalmente ambos regresan a la aldea sólo para encontrar con que la madre ya no está ahí, luego de esto, tengo recuerdos borrosos, por alguna razón no recuerdo el final de la serie. Lo que si tengo presente y de ahí parte la referencia que se menciona al principio, es que a pesar de ser un niño francés, Remi, como muchas otras caricaturas de nuestros tiempos y de hoy en día, era dibujado por japoneses, lo que daba como resultado que cada vez que le ocurría una desgracia, cosa que era bastante frecuente, todos los niños podíamos ver en el televisor un ojo descomunal en el cual se formaba una lágrima indecisa y titilante. Otra cosa que recuerdo es que cada vez que finalizaba un capítulo y antes de que la canción optimista hiciera corto circuito con nuestra angustia, aparecían en el cuadro inferior unos signos parecidos a dos letras C y a una V acostada, nunca he sabido que significan, ni los he vuelto a ver en ninguna caricatura japonesa.

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