tecuanes punto com. Blog de Evalenzo

Friday, March 23, 2007

INFARTO

El pueblote, que es una ciudad turística y capital del estado, ha sufrido recientemente un paro cardiaco: las autoridades (cualesquiera de ellas) han cerrado la mayoría de los bares de la zona que los chilangos llamaban: Coyoacancito. El nombre real es Plazuela del Zacate, y se encuentra en pleno centro del Pueblote. La Plazuela (o Pasarela), es una placita con una fuente y un corredor empedrado flanqueado por bares, estos negocios ofrecían cervezas a precios no muy por encima de su valor en las tienditas, es por eso que el lugar conseguía reunir una fauna que abarcaba casi todos los estratos de la esfera social. Lo bueno del lugar era que uno podía elegir el bar de su preferencia, en algunos había trovadores, en otro bandas de rock, en otro un grupo de salsa, en otro música electrónica etc. Esto tenía múltiples ventajas, si uno ya se había cansado de las canciones de Chichi Peralta, pagaba la cuenta, caminaba cinco pasos y entraba a otro bar a escuchar a los Enanitos Verdes, además desde las mesitas que estaban afuera de los bares, sobre el corredor empedrado, se podía criticar muy agusto la vestimenta o la pareja de aquella persona con apreciaciones estéticas diferentes a las de uno. En fin, todo esto ha cambiado, ahora la plazuela es un sitio desolado donde vuelan hojas de periódico y da miedo pasar por las noches. Los trabajadores han emigrado hacia los bares de turistas, que son lugares de elegancias siniestras, precios prohibitivos y a donde anteriormente sólo llegaban los incautos; y a Poncho y a Matiss, que eran los dos músicos que a mí me gustaba ir a escuchar, ahora los veo anunciados en negocios en donde no me alcanza para pagar la entrada.
Según me he enterado, las soluciones que los exparroquianos de la Plazuela han implementado para librar la contingencia han sido muy variadas: los sociales organizan fiestas privadas, los pudientes regresaron al Carlos and Charlies, los intelectuales van a las presentaciones de libros, exposiciones de pintura etc. Yo compro cerveza en la tienda. Aunque a veces extraño escuchar canciones en vivo. Esto quizás fue lo que nos llevó a mi mujer, a Mayra y a mí a asistir a un bar para escuchar un trío de huapangos. El lugar era un antiguo garage ahora decorado con sarapes, papel picado, velitas falsas fabricadas con foquitos, sombreros Tlapehuala, banderas cubanas y una imitación de alfombra persa. Cuando vi que las cervezas costaban el triple de lo que valían en la tienda inmediatamente me arrepentí. Por estar enfermo de la garganta esa noche no podía tomar alcohol, pero para mí fue un presagio funesto. Los bares culturales del Pueblote, en general son peores que los bares de franquicia o que los bares para turistas, son más caros, más elitistas y más aburridos. El trío en realidad era un quinteto, todos jóvenes menos uno, había una guitarra cuyo nombre técnico se me escapa, una jarana, dos chicas que cantaban y el viejo que tocaba la quijada de burro, tuve sentimientos encontrados cuando nos enteramos que habíamos llegado tarde y que el grupo estaba tocando la última tanda. Mis sentimientos se aclararon cuando invitaron a subir al escenario a un tipo que estaba sentado en la mesa de enfrente, que resultó ser un maestro jaranero de los más aguerridos porque para bajarlo hora y media después tuvieron que desconectarle los micrófonos. Cuando a Mayra le estaban trayendo su vino tinto, y a mi mujer y a mí la jarra de agua de horchata que habíamos pedido, el jaranero del grupo invitó a las mujeres del público a bailar en el entarimado. Pensé que se iba a pasar un buen rato invitando mujeres pero en menos de dos minutos la señora de la mesa de atrás estaba zapateando junto a las cantantes. La esposa del maestro jaranero también se subió a zapatear y el jaranero oficial que era un joven de peinado punk y pantalones rotos invitó a tocar a otro señor. El otro señor sacó un estuche que tenía debajo de su mesa, extrajo una jarana y se unió a la canción, la esposa del señor lo acompañó hasta el escenario y se puso a bailar, me empecé a sentir sofocado, dejé mi vaso de agua de horchata sobre la mesa y miré a los tres tipos que teníamos en la mesa de la izquierda, cada uno tenía una jarana y trataban de seguir las pisadas de la canción. Me sobresalté cuando la mesera me puso la mano en el hombro para preguntarnos si se nos ofrecía algo más, no pedimos nada más, pasamos la siguiente hora esperando el momento oportuno para levantarnos sin llamar demasiado la atención, y luego cuarenta minutos tratando de despedirnos del jaranero punk que había llegado a saludarnos y a decirnos como se llamaba la guitarra que tocaba su hermano.