tecuanes punto com. Blog de Evalenzo

Friday, April 11, 2008

MEXICANOS AL GRITO DE GUERRA 2

Suceso número dos: Voy caminando por el centro del pueblote rumbo a la casa, cuando me topo con un grupo de jóvenes vestidos con la playera de un popular equipo del futbol mexicano. Traen una tambora, trompetas y banderas. La escena es la misma que uno espera ver afuera de un estadio, nomás que el estadio más próximo está a ochenta kilómetros. Yo me pongo de nervios, me imagino tres horas de trompetas, porras y tamborazos. Abro la puerta de la calle y mientras subo las escaleras me asalta una duda: por qué estos jóvenes decidieron venir a echar porras frente a una escuela de computación (que es en lo que se ha convertido el edificio vecino al nuestro). Entro a la casa y estoy por partirme una naranja cuando me asalta otra duda: por qué no han echado ninguna porra, ni han tocado la trompeta. Luego recuerdo algo que vuelve más raro el asunto: es lunes y no hay futbol. Camino rumbo al balcón cuando escucho unos gritos. Corro. Salgo al balcón y desde ahí puedo ver que hay cuatro nuevos personajes: una señora, un barrendero y dos policías de bicicleta. El barrendero barre unos papelitos que están tirados en la banqueta, la señora les reclama airadamente a los jóvenes por haberle tirado la basura al señor, los jóvenes lucen desanimados y los policías están parados agarrando sus bicicletas. Me imagino dos cosas, una: que alguno de los porristas paró al barrendero y le dijo: “ahora sí ya te cargó la chingada pinche ruquito” y luego metió la mano al tambo de la basura, sacó unos papelitos, y los espolvoreó en la banqueta mientras soltaba una carcajada malévola, la señora que venía caminando por la otra acera vió todo y desde ahí gritó: ¡Eso sí que no! y le hizo señas a los policías que estaban en la esquina bajándose la torta de tamal con un atole, los policías pensaron que era un asalto, llegaron y se aburrieron. Dos: el mismo porrista, al calor del momento pensó: ultimadamente que chingue a su madre el cebetis, sacó su boleta de calificaciones, la hizo pedacitos y la lanzó al viento sin reparar en que merodeaban un barrendero y una señora, la señora gritó, el barrendero para no quedar mal tuvo que ir a barrer los papelitos y luego llegaron los policías. Hasta aquí parecía que el barrendero terminaría de hacer su trabajo, los porristas seguirían platicando (¡en voz baja!) y los policías regresarían a terminar con su champurrado, pero entonces la señora se despidió del barrendero, se despidió de los policías, camino unos cuántos pasos, dio la media vuelta y les gritó a los porristas: ¡No tienen respeto por nada! Uno de los porristas no aguantó el agravio y le contestó que no estaban haciendo nada. La señora le respondió: ¡Son unos patanes, sinvergüenzas! El muchacho iba a repetir que no estaban haciendo nada pero antes de que saliera palabra de su boca, alguien vociferó: ¡Ya cállate, cabrón! Era el vecino, que es un optometrista, y que estaba recargado en el balcón de su clínica (que es igual al nuestro nomás que un piso abajo), con la bata arremangada, casi echando espuma por la boca. Pronto me percaté que en la calle se había juntado una bola de mirones dispuestos a una batalla. Uno de los mirones se abalanzó contra uno de los porristas y los policías tuvieron que intervenir para evitar la pelea campal, porque los porristas eran menos. Pidieron refuerzos por radio, llegaron tres patrullas y dos camionetas llenas de policías que de inmediato se abalanzaron contra los porristas, sólo que justo en ese momento salió el director de la escuela de computación a ver por qué había tanto escándalo, cosa que salvó a los porristas, quienes aprovecharon la confusión para poner distancia de por medio, no sin antes echar la única porra de la tarde, nadie supo que hacían ahí tan desganados.

Suceso número tres:
Estoy en la feria del santo patrono de un pueblo vecino. Es una feria tradicional con puestos de dulces, de morrales, y con juegos mecánicos. Hay unas enramadas donde unas señoras preparan comida y las familias que van llegando se la comen sentadas en las sillas que están frente a unas mesas de plástico. Yo estoy parado en el pasillo de tierra con una cámara de video en la mano. Una señora de 80 años hace tortillas y las avienta al comal de leña, yo enciendo la cámara y me pongo a grabar, después de un rato escucho una voz que dice: “¡una propina!”. Volteo y es otra señora que está moviendo el mole verde con una cuchara. “¡Una propina, por estar grabando a la señora!”, vuelve a decir. “¡Si no le vamos a romper la cámara!”, me amenaza. Yo apago la cámara, me fijo que nadie más la haya escuchado y huyo despavorido tratando de mezclarme entre la gente que viene bajando de la iglesia.

MEXICANOS AL GRITO DE GUERRA 1

Suceso número uno: estoy parado en una calle del centro del Pueblote esperando un taxi, cuando un hombre joven que viene manejando un auto nuevo con quemacocos se estaciona muy cerca de la esquina, la mujer que viene con él se baja del auto y entra a la farmacia. Un policía de tránsito chaparrito y cojo, se acerca y le pide que mueva el coche unos metros adelante porque ahí obstruye la circulación, el júnior lo ignora subiendo la ventanilla y poniéndose el celular en la oreja, el tránsito le toca la ventanilla; el tipo del coche lo manda por un tubo, el chofer de un microbús que viene detrás les pita una mentada de madre, hay caos vial, el policía saca un desarmador y amenaza con quitar la placa del vehículo, el júnior baja el cristal y le grita que nomás lo intente y verá cómo le va. Mientras tanto, en la farmacia, una viejita que está frente a la caja tratando de abrir su monedero retrasa el cobro de los demás clientes, incluida la acompañante del júnior. El policía se inclina frente al coche para quitar la placa, el Júnior se baja y lo empuja tirándolo al piso, va a darle una patada. Hasta aquí, yo (que ya he dejado pasar cuatro taxis), soy el único testigo y estoy a punto de entrar al quite y aplicarle un candado al júnior, pero veo que no es necesario porque otro policía de tránsito, este sí, con las dos piernas buenas y además, cosa curiosa en el gremio, alto y atlético, llega corriendo y de inmediato levanta a su compañero con una mano y con la otra somete al júnior poniéndolo de bruces contra el cofre. El júnior intenta justificarse pero el superpolicía lo para en seco diciéndole que él desde la mitad de la calle vió la agresión, luego lo esposa. La acompañante sale por fin de la farmacia, se acerca y se molesta con el júnior, evidenciando que no era la primera vez que atacaba policías chaparritos, luego pone cara de resignación, el júnior ahora sí, luce apenado. Yo nomás espero que el policía diga: “jálale”, pero antes de que eso suceda, escucho un grito agudo detrás de mí: “¡dejeeeeeenlooooo, abusiiiiivoooooos!”, hay una bola de gente. Una señora gorda que carga un vaso lleno de rebanadas de sandía con chile piquín en la mano izquierda, y tres bolsas de plástico en la derecha, grita de nuevo: “¡abusivooooos! El júnior pone cara de que están abusando de él, el policía chaparrito y cojo se pone nervioso. “Es que usted no vió que estaba atacando a mi compañero, señora”, le explica el compañero del chaparrito. “¡Yaaaa, deeejenlooo!”, se escucha detrás de la señora, esta vez una voz masculina. El policía chaparrito, le propone a su salvador: “vamos a dejarlo ir, nomás que prometa no estacionarse de nuevo frente a la farmacia”, pero el otro que es como el comanche: muy celoso de su deber, toma al júnior por los brazos, y lo encamina hacia la avenida principal. “¡Abusivos, ya deeejenloooo!, dice otra señora, dos mirones motivados por las arengadoras se paran frente al policía. Pronto se forma un círculo amenazante. En este punto la cosa me deja de interesar y me alejo en busca del taxi.