tecuanes punto com. Blog de Evalenzo

Thursday, October 01, 2009

UNA PELICULA MEXICANA DE AVIONES

Anoche estaba yo pensando que el cine mexicano no tiene películas cuyo escenario principal sea un avión, entonces se me ocurrió escribir un argumento que fue el siguiente: abrimos con un plano de establecimiento de un aeropuerto, estamos en una ciudad turística, quizás una ciudad con playa, en la sala de espera hay personas que visten bermudas, gorras y sandalias, algunas jalan maletas, otros más están sentados leyendo revistas. Por los altavoces se da el anuncio de abordar, se forma una fila frente a una de las puertas, las sillas quedan desiertas excepto por un individuo, hacemos un close up, el personaje viste guayabera blanca y parece ocupado haciendo algo con sus manos, su mirada denota determinación, concluye, la cámara toma sus manos y vemos que cierra un maletín. Música de sintetizador: es el malo y algo trama. Cuando están a punto de cerrar el acceso llega apresurado. La señorita de traje sastre le sonríe: “¡justo a tiempo, que tenga buen viaje!”, le dice. El avión no lleva el cupo completo, así que el tipo de guayabera ocupa un asiento solitario al final del pasillo, sin embargo un niño nota en él algo misterioso. Para crear el dramatismo necesario podríamos hacer digresiones que tengan que ver con el personal del avión, podríamos empezar quizás con alguna conversación entre los pilotos: “yo creo que este es mi último vuelo”, “¿y eso, tú?, ¿saliste mal en los exámenes?”, “no, mis exámenes médicos salieron bien, pero los jefes ya no me quieren renovar el contrato, creo que por fin me retiraré a mi vieja casa junto al muelle”, “¡esos aprovechados!”. Corte a: dos azafatas guardando bolsas de café en un compartimento: “en Bolívar hay una casa que tiene unos vestidos de novia preciosos, si quieres yo te acompaño”, la otra azafata sonríe y sale de cuadro. Corte a: la azafata que se va a casar diciéndole a un pasajero: “señor, debe guardar su equipaje de mano en el compartimento”. Corte a: unas manos que sujetan un maletín pequeño, la cámara sube y vemos el rostro del tipo de guayabera, el tipo le sonríe amablemente. Música de sintetizador. “Son mis medicinas, señorita, en seguida las guardo”. “¿Viaja solo?”, le pregunta la azafata. “No, somos tres”, le dice el de guayabera. La azafata le sonríe, “recuerde a sus compañeros utilizar el cinturón durante el despegue”. “No lo necesitan, mis acompañantes son Dios y El Espíritu Santo”, le informa el de guayabera, pero la azafata ya no lo escucha, ha regresado por el pasillo. El avión despega. A continuación dibujaremos entre los pasajeros a nuestros personajes secundarios: la mamá del niño (que lo regaña por estar mirando al señor), una pareja de recién casados que regresan de su luna de miel, un norteamericano de raza negra que ha venido a dar una conferencia sobre sistemas financieros, tres jóvenes que van a la capital a ver el partido de la selección mexicana, un matrimonio maduro que disfruta de su jubilación y un diputado federal que flirtea con la azafata soltera. Nadie sospecha que a bordo del avión viaja un tipo con una bomba. Aquí entra la toma con el avión volando entre las nubes. El tipo de guayabera le hace una seña a la azafata comprometida, le pide que se acerque. “¿Sabe qué día es hoy?”, pregunta, “miércoles”, le responde, “no, qué fecha es hoy”, “nueve de septiembre, señor”, “nueve de septiembre del año dos mil nueve, ¿entiende?”. La azafata lo mira sin dejar de sonreír, el de guayabera se inclina hacia ella como para hacerle una confidencia y abre un poco su maletín, “quiero que demos siete vueltas sobre la ciudad de México”, le dice. La azafata pierde el color pero conserva la calma, “un momento”, le responde, entonces congela la sonrisa, cruza el pasillo en sentido contrario, llega a la puerta de la cabina, apachurra el botón del intercomunicador y dice: “a bordo hay un loco con una bomba”, los pilotos se miran. “Quiere que demos siete vueltas sobre la ciudad de México”. El copiloto se endereza en su silla, se acomoda la diadema y dice: “¿qué?”. El piloto pone en marcha los procedimientos del caso, se comunica con la torre de control y los pone al tanto, la torre de control aplica también los procedimientos. Corte a: el Presidente de la República, seguido por una comitiva y varios reporteros, todos caminan por un pasillo en medio de oficinas, a punto de salir a la calle un tipo de traje los alcanza corriendo. “¡Señor, Presidente!”, le grita. Música de sintetizador. Corte a: la toma del avión volando entre las nubes. Corte a: el interior del avión, donde el niño ha dejado a su mamá durmiendo y se acerca al señor de guayabera, las azafatas ven horrorizadas la escena desde el inicio del pasillo. “¿Qué es eso?”, le dice el niño al tipo de guayabera. “¡Vete con tu mamá, niño!”, le dice el terrorista. “A ver enséñamelo”, “¡que te vayas con tu mamá, niño!”, “¿me lo prestas?”, el niño forcejea con el terrorista, se abre el maletín y podemos ver que se rueda una lata de jugo adornada con foquitos de serie navideña. Aquí hemos llegado al punto climático, así que debemos echar mano de las secuencias paralelas. Se me ocurre por ejemplo empezar con una oficina grande y lujosa. Hay varios tipos de traje y algunos de uniforme militar, todos están de pie rodeando una gran mesa de caoba, intempestivamente se abre la puerta y entran apresurados varios personajes, en medio de ellos viene el Presidente de la República, se detiene, hacemos un acercamiento hasta quedar en primer plano. “¿Cuál es la situación?”, dice. Corte a: interior del edificio de la policía federal, vemos a gente correr, un pelotón pasa revista, en el hangar un jeep sale en reversa, detrás del Jeep aparece un personaje, es el jefe de la policía, hacemos un primer plano vertiginoso hasta su rostro, se acerca un radiotransmisor a la boca, “¡que despeguen los helicópteros!”, ordena. “Es ahora o nunca”, musita. Regresamos al avión, vemos que una de las azafatas corre por el pasillo, abraza al niño y lo regresa a su asiento, su mamá despierta, da las gracias a la azafata y lanza un gruñido: “¡ya te dije que te quedes quieto!”, dice, entonces se acomoda y se vuelve a dormir. Mientras tanto la otra azafata está en el intercomunicador. “¿Por qué quiere que demos siete vueltas?”, le pregunta el piloto. “No sé, solamente me preguntó la fecha y me enseñó la bomba, la trae en un maletín”, le responde. “¿Es árabe?”, le pregunta el copiloto. “Pues, yo creo que sí”, dice la azafata, mirando fijamente hacia el pasillo. En ese momento los tres amigos que van a ver el partido de la selección mexicana, con la intención de ir más cómodos, se cambian de lugar y ocupan asientos cercanos al terrorista, le hacen plática. El terrorista saca algo de su regazo, la azafata soltera cree que es un arma y grita, algunos pasajeros despiertan, es una biblia. La azafata mira a los pasajeros, los pasajeros la miran, ella hace un esfuerzo y les sonríe. Música de sintetizador. Corte a: la oficina lujosa, todos, incluido el Presidente de la República miran el altavoz de un teléfono: “quiere, que el avión dé siete vueltas sobre la Ciudad de México, señor”, es la voz de alguien que está en la torre de control. “¿Sabemos por qué quiere que el avión dé siete vueltas?”, le pregunta el Presidente. “Negativo, el sospechoso se niega a dar más información, estamos revisando la lista de pasajeros, pero al parecer es árabe”, concluye. Todos en la oficina se miran. “Es un símbolo, está en el Corán”, dice uno de los presentes. “Código rojo”, susurra otro vestido de uniforme. Corte a: el avión volando entre las nubes. En el interior las azafatas están paradas junto al intercomunicador. “¿Cómo está la situación allá afuera, está tranquilo, no tiene intención de entrar a la cabina?”, les pregunta el piloto. “Pues ahorita se ven tranquilos, parece que están platicando”, le dice la azafata que salvó al niño. “Cualquier novedad por favor…” empieza a decir el piloto, pero luego se detiene. “¿Cuántos son?”, pregunta. “A mí me dijo que eran tres, pero yo veo a cuatro”, le dice la azafata comprometida. Corte a: el asiento del terrorista, tiene abierta la biblia y lee: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo. El hombre que lo descubre lo vuelve a esconder, y de tanta alegría, vende todo lo que tiene para comprar ese campo…”, dos de los amigos lo escuchan aburridos y arrepentidos de haberse cambiado de lugar, el otro duerme ocupando dos asientos. “Me confirman que no tenemos ningún pasajero de nacionalidad árabe”, les dice el piloto a las azafatas, ellas se miran: “pues yo a uno le noté acento como sudamericano”, recuerda una de ellas. Corte a: un puesto de tacos, los taqueros tienen que trabajar rápidamente para surtir las comandas, algunos clientes mastican y otros sostienen su plato vacío en espera de la nueva remesa, un perro se acerca a olisquear un papel, una señora le da una patada lateral sin dejar de ver la pantalla del televisor que está sobre una mesa plegable, el perro chilla pero no se mueve hasta llevarse el papel en el hocico. En la pantalla vemos una cortinilla que dice: “Corte Informativo, Crisis Terrorista en México”, de fondo música marcial de tambores. En seguida entra el conductor de noticias que empieza diciendo: “y estás son las últimas noticias acerca del secuestro del avión de Aerohuitlacoche (por ponerle un nombre), vamos en vivo con nuestro compañero Alan Stavenhagüen que se encuentra en el aeropuerto de la ciudad de México. Aparece Alan Stavenhagüen con un micrófono. Detrás de él podemos notar que pasan filas de hombres armados con uniformes de la policía federal, también vemos pasar vehículos blindados, vehículos de emergencia y pipas de agua. “Qué tal Mauricio, nos encontramos aquí en el aeropuerto de la ciudad de México donde se ha desplegado un impresionante operativo para hacer frente a esta crisis que vive hoy el país, una crisis inédita en la historia de nuestra nación, y según el último reporte de la policía federal se trata de al menos ocho hombres armados con artefactos explosivos, al parecer de nacionalidad colombiana, los que han tomado este avión, te informo que ya se han desplegado en el aeropuerto varias unidades de la fuerza especial de la policía federal, incluso hay dos helicópteros que están en este momento sobrevolando el aeropuerto de la ciudad de México…”, la cámara sube y vemos a los helicópteros. Corte a: otra oficina lujosa donde otro tipo de uniforme militar da instrucciones a sus subalternos: es el jefe de los militares. De pronto, algo llama su atención, es su pantalla, mira el noticiero. La cámara se acerca a su rostro, el uniformado dice en voz baja: “¡qué está haciendo este pelmazo!”, agarra un teléfono marca un número y grita: “¡qué chingados está pasando, qué hacen estos pendejos!”. Corte a: el avión vuela entre las nubes. Junto al intercomunicador, el piloto ha tomado una decisión: “diles que no podemos dar siete vueltas porque no nos alcanza el combustible, que vamos a aterrizar”, la azafata se acerca al tipo de la bomba, le pregunta si está bien, si necesita algo, los dos amigos aprovechan para escapar a sus antiguos asientos, dejando a su compañero, el cual ronca. El terrorista se entera de que el avión aterrizará, hace una petición: quiere hablar con los medios de comunicación, y también con el Presidente. Mientras tanto, en una sala del aeropuerto se encuentra un grupo de personas, algunos visten de traje y otros son policías, por una puerta irrumpe otro grupo, son parte de las fuerzas especiales. El jefe ordena al personal del aeropuerto que despejen la pista de emergencia, dos tipos salen corriendo. “¡Que despejen la pista porque ya viene el avión con los terroristas!”, grita un hombre por un pasillo. Una familia que acaba de llegar de España se paraliza, la madre carga al niño y caminan apresurados. En el avión la pareja de recién casados recibe una llamada, contesta el marido: “¿cuáles terroristas?”, dice. En ese momento la azafata llega sonriendo a pedirle que apague su teléfono, la pareja la mira. Música de sintetizador. Abajo, cerca de la pista, un mar de reporteros, policías, bomberos y personas indeterminadas, esperan ansiosos junto a los vehículos de emergencia, uno de los helicópteros ya aterrizó. Los militares y los de la policía federal discuten. En el puesto de tacos un joven pide cuatro de bistec, “¿qué noticia están pasando en la tele?”, pregunta. “Unos colombianos que secuestraron un avión”, le responde el taquero. “¿Aquí en México?” dice el joven, “¿tú crees?”, le responde el taquero, “¡esos son del cártel!”, dice el joven. Corte a: La Oficina Oval en la Casa Blanca, el Presidente de los Estados Unidos se encuentra revisando unos papeles en su escritorio, se abre la puerta y entran dos tipos de traje escoltados por agentes del servicio secreto. “No son extremistas, señor presidente”, le dice uno de ellos, “son colombianos”. “Yo pienso que son del cártel”, dice el otro. El Presidente de los Estados Unidos los mira. Música de sintetizador. Corte a: la cabina del avión. El piloto apachurra un botón. “Serpa tres dos nueve, Aerohuitlacoche siete dos cuatro a ocho quinientos solicitando autorización”, dice por la radio. Corte a: interior torre de control, un tipo de diadema que está sentado frente a un radar se da la vuelta. “Van a aterrizar”, revela. Todos se miran. Música dramática. “Autorizado Aerohuitlacoche siete dos cuatro”, se escucha en la cabina. El piloto mira al copiloto, acercamiento a primer plano: “que dios nos ayude”, dice. Sigue la música dramática y vemos al Presidente en mangas de camisa de pie junto a la mesa de caoba, vemos al jefe de los militares que viaja en un jeep a toda velocidad, vemos a las azafatas sentadas colocándose el cinturón de seguridad, vemos a un coche de bomberos avanzando por la pista, vemos a los pasajeros, vemos a la mamá regañando al niño, vemos al diputado llevándose a la boca un frasco de antiácido, vemos al avión descendiendo. El avión aterriza, se despliegan los toboganes de emergencia, todo mundo contiene el aliento. Corte a: interior oficina lujosa, el Presidente escucha el altavoz: “no son colombianos, señor presidente, de hecho no es un grupo terrorista, sólo es una persona, un pastor boliviano”. “Y cómo sabemos eso”, le pregunta un colaborador del Presidente. “Porque el piloto ya está hablando con él”, le responde la voz desde el aparato. Música de sintetizador y corte a: El terrorista leyendo: “llegando a Jericó pasaba Jesús por la ciudad. Allí había un hombre llamado Zaqueo, era jefe de los cobradores de impuestos y muy rico…”. El piloto está frente a él, mira de reojo a la azafata comprometida, la azafata tiene un teléfono en la oreja, “está leyendo la biblia” susurra la azafata. La mayoría de los pasajeros no se dan cuenta de la situación y sacan sus equipajes de mano, sólo la pareja de recién casados mira con el rostro desencajado la escena al final del pasillo. “Ya están abajo los medios de comunicación, el presidente viene en camino, el avión está a su disposición, le están cargando combustible. Sólo le pido por favor que deje bajar a las mujeres y a los niños”, le suplica el piloto. El terrorista, rompe su concentración, dice: “Ah, sí, que bajen”, y sigue leyendo: “Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría…”, el piloto hace una seña y la azafata soltera pide a los pasajeros que bajen por los toboganes de emergencia, mujeres y niños primero, luego les da las gracias por viajar en Aerohuitlacoche. Los pasajeros miran por las ventanillas, ven los toboganes, ven los coches de bomberos, ven los coches blindados, ven las ambulancias, ven a los reporteros, ven a los policías agazapados, ven al helicóptero, ven al piloto al final del pasillo, ven al pastor leyendo la biblia, ven a la otra azafata con un celular en la oreja y empiezan a empujarse unos a otros antes de llegar a las escotillas. En el exterior del avión, policías disfrazados de personal de mantenimiento platican a gritos con el copiloto, que asoma medio cuerpo por una de las ventanillas de la cabina: “¿cuántos son?”, “varios”, “¿qué armas traen?”, “bombas”. Los policías federales acordonan la zona cercana al avión, los pasajeros empiezan a bajar por los toboganes, la mitad son recibidos por policías y la mitad por soldados, los que bajaron en el tobogán de los policías son tirados al piso, los que son recibidos por soldados son conducidos hasta un autobús estacionado cerca del avión. Jefes policiacos y militares discuten. Por el tobogán baja la tripulación, los reciben los policías, les ordenan tirarse al piso, pero no hacen caso y corren hasta el autobús. Los que están tirados protestan. En el interior del avión el pastor se ha concentrado tanto en su lectura que no se ha percatado de que el piloto ya se ha ido. Sin embargo quedan seis pasajeros rezagados a bordo, son el hombre jubilado, el norteamericano, el diputado, y los tres amigos que van a ver el partido de la selección mexicana. Corte a: exterior del avión, Alan Stavenhagüen corre delante de la cámara y va diciendo: “¡Van a entrar, Mauricio! ¡Van a tomar por asalto el avión!”, delante de él las fuerzas especiales avanzan rápidamente, suben la escalinata y entran en el avión. Corte a: interior del autobús, el niño juega con algo, la mamá observa lo que tiene en las manos. “¿Qué es eso?”, le pregunta arrebatándole el juguete. “No sé, lo traía el señor que venía atrás de nosotros”, le responde. Vemos la lata de jugo adornada con foquitos navideños. Música de sintetizador. Corte a: Interior del avión, hay alboroto, tropiezos y gritos de pánico, todo proviene de los policías, los pasajeros los miran tranquilos e intrigados. Les ordenan tirarse entre los asientos, los pasajeros obedecen a regañadientes. El Pastor es rodeado por cinco policías, lo miran. El Pastor los mira. “¿Dónde está la bomba?”, pregunta por fin un policía. “¿Ustedes leen la biblia?”, les contesta el pastor. “¡Tranquilo, sólo queremos saber dónde está la bomba!” “No hay bomba, eran latas de jugo, nomás que les puse unas lucecitas ahí en la sala de espera”, les dice el Pastor. Saca su maletín, lo abre. Los policías se tiran al piso, uno se levanta, ve dos latas de jugo con lucecitas. “¿Quiénes son tus cómplices”?, le pregunta el comandante de los policías recobrando la compostura. Detrás de él, otro policía empuja fuera de los asientos al diputado federal que viste camisa floreada y tiene pinta de colombiano. El diputado protesta, va a decir algo y lo callan. Corte a: Alan Stavenhagüen, que dice: “en este momento, Mauricio, están bajando a los terroristas, los están bajando del avión, aquí los podemos ver…”, la cámara hace un zoom y vemos caminando en fila y esposados a los tres amigos, al norteamericano, al jubilado, al diputado federal y al pastor boliviano. “Al parecer el sujeto que viene al final es el que traía la bomba…”. Los sospechosos son llevados hasta a un autobús de la policía. Conservando la formación los paran en el costado que da hacia la pista, frente a ellos pasan dos uniformados jalados por perros pastor alemán, la cámara del noticiero los sigue, se detienen a un costado del avión, junto a un montón de maletas. Los perros olfatean, al llegar a una maleta chillan y ladran. “Parece que los perros han encontrado algo en el equipaje de los pasajeros, Mauricio…”, dice Stavenhagüen. La maleta tiene bajado un cierre, se asoma un salchichón, un perro lo jala con el hocico y se lo come. Uno de los uniformados mira una etiqueta en la maleta, dice: JFK - New York, luego nota algo raro, es un estuche, hace una seña y se retira. A continuación entra un personaje vestido con overol, guantes y escafandra, es del escuadrón antibombas. Saca el estuche con cuidado y lo coloca en la pista, lejos del avión, lentamente empieza a abrir el estuche. El jefe militar y el jefe de la policía dejan de pelear, Alan Stavenhagüen aprieta el micrófono, una mujer sentada en el piso se lleva las manos a la boca, soldados y policías se paralizan: todos miran. De pronto: un estallido, todo mundo se estremece, algunos cierran los ojos, cuando los abren, el de la escafandra sigue abriendo el estuche, todos miran hacia el avión, un policía que seguía bajando el equipaje ha dejado caer una maleta, se disculpa levantando el pulgar. “¡Qué nadie se mueva!”, grita el jefe de la policía. El estuche guarda un artefacto desconocido. La cámara del noticiero hace un zoom al artefacto, el de la escafandra se acerca, lo empuja con un palito y sale corriendo, no pasa nada. El de la escafandra regresa, acechando como un felino, acerca su palito, da otro empujón y sale corriendo, no pasa nada. El norteamericano alcanza a ver todo, “no, no, it´s my hard disk”, grita, los policías lo callan. El de la escafandra empuja más fuerte con el palito, nada. El conductor del noticiero manda a comerciales. Los clientes del puesto de tacos lanzan imprecaciones por el corte. Al regresar vemos a Stavenhagüen: “Mauricio, el personal del escuadrón antibombas no quiere correr más riesgos y han decidido hacer estallar el artefacto…”, la cámara panea y vemos que el de la escafandra coloca un paquete junto al disco duro del norteamericano. Luego se aleja desenrollando un cable. Corte a: la parte lateral del autobús de la policía, close up a: cara de angustia del norteamericano. Corte a: manos enguantadas que apachurran un botón. Corte a: la cara del norteamericano. “¡Oh, my god! ¡My master degree!”, dice. Corte a: el disco duro volando en pedazos, todo lo anterior puede ir en cámara lenta. Música de victoria. Corte a: interior de la torre de control, todos se abrazan. Sigue la música de victoria. Corte a: El Presidente de la República dando un apretón de manos al jefe de la policía. Música de victoria. Corte a: el Presidente de los Estados Unidos felicitando vía telefónica al Presidente de la República, igual: música de victoria. Corte a: el piloto que camina seguido por las cámaras de televisión hacia el presidente de Aerohuitlacoche, el cual lo espera con un contrato en la mano. Música de victoria. Corte a: interior del autobús de los pasajeros, se abrazan unos a otros. Corte a: los siete sospechosos subiendo al autobús de la policía federal, todos lucen abatidos menos el pastor boliviano que saluda a los periodistas con una sonrisa lejana. Música de victoria. Corte a: interior del hangar de la policía federal. Es la conferencia de prensa. Policías federales con el rostro cubierto, presentan al terrorista, que ya sabemos, es un pastor boliviano. Frente a él, en una mesa, están asegurados su maletín y su biblia. “Por qué secuestró el avión”, le preguntan. Un policía le pasa un micrófono. “Sí, gracias”, le dice amablemente el Pastor. “Mire, hoy es nueve de septiembre del año dos mil nueve, ¿entiende?”, silencio. “Nueve, nueve, nueve”, aclara el Pastor. Flashes de cámaras y silencio. “Si pone de cabeza estos números, nos da el número seis, seis, seis, que está señalado en las escrituras cómo el día de la bestia, una fecha nefasta para este país”, concluye el pastor. “¿Y por qué secuestró el avión?”, pregunta de nuevo el periodista. Al llegar a este punto me encuentro en un dilema: ¿por qué un pastor boliviano secuestraría un avión? Podría ser para anunciar que tuvo una visión divina acerca de la inminencia de un terremoto de proporciones bíblicas, o quizás para llamar la atención de los medios y poder advertir al presidente de un atentado, o posiblemente para conminarnos a llevar una vida más espiritual, o nomás podría ser un desequilibrado mental, y cómo estás cuatro salidas no se contraponen probemos usarlas todas. Digamos que nuestro personaje primero anuncia un terremoto, luego advierte de un atentado contra el presidente, después nos invita a que nos acerquemos más a dios y por la noche, durante el noticiero, descubrimos que se han encontrado antiguos videos de él disparando un arma arriba de una canoa, disparándole a una moneda tirado de panza, y otros donde canta alabanzas religiosas acompañado por un grupo norteño. Por último lo vemos cantando en el interior de la camioneta de la policía federal antes de salir rumbo al penal. El problema con este argumento es que, como ya se habrán dado cuenta, está basado en algo muy conocido, que es el cine gringo de terroristas y aviones, esto es una fórmula probada en Hollywood, sin embargo, ya que la intención es la de hacer una película mexicana, la trama debe transcurrir en México y por lo tanto estar hasta cierto punto desligada de los atavismos del cine gringo, como habrán notado no hay un héroe ni tampoco una bomba. Lo anterior trae una consecuencia funesta: la cosa se queda en un híbrido sin pies ni cabeza. Al releerlo me doy cuenta de que los personajes que de inicio me parecían cercanos y creíbles, puestos en este escenario me parecen caricaturescos, lo que resta verosimilitud a la historia, en lugar de suspenso y drama parece haber humor involuntario, y por supuesto nadie creería que algo así pudiera suceder en nuestro país. Pero quizás haya una manera de remediar la situación, y esa es de plano asumir el argumento dentro de los terrenos de la comedia, la cosa podría terminar con el piloto y el jefe de la policía en el noticiero de Mauricio y Alan Stavenhagüen describiendo parte de la estrategia conjunta utilizada para hacer frente a la crisis, al mismo tiempo, en el noticiero de la cadena televisiva rival, el jefe de la torre de control y el jefe de los militares narran situaciones que contradicen por completo las versiones del otro noticiero. Podríamos meter también, usando el tono documental, una entrevista donde el diputado federal se queja del trato que sufrió y de que le robaron su sombrero. Y como epílogo: plano general de tres hombres en la mesa de un bar de mala muerte. “Vamos a cancelar el atentado contra el presidente, ¡no sé cómo se enteró ese pastor boliviano!”, dice uno. “Y qué vamos a hacer ahora, jefe”, le pregunta otro. “Nos regresamos a Colombia y desmantelamos el cártel, espero que todavía esté en venta esa tienda de abarrotes”. Los tres hombres se quedan pensativos. Corte a: un grupo norteño que se sube a una tarima, empiezan a tocar, entra al escenario el pastor boliviano, el público lo ovaciona, en la toma abierta descubrimos que el público son reos y el escenario está en una cárcel. “Yo era un drogadicto, el peor de los criminales, pero encontré la luz…” empieza a cantar el pastor, el publico grita emocionado. Fade Out a: créditos. Happy Ending.

LA PUERTA MISTERIOSA

El otro día iba yo a comprar una Coca Cola para desayunar, cuando unos metros antes de llegar a la tienda vi una hoja de papel pegada en la puerta de una casa, la hoja tenía un mensaje, sin detenerme pensé en un aviso: “Se venden hielitos de arroz con leche, toque por favor”, o en un recado: “Salimos a Pachuca, en cuanto regresemos paso a pagar los abonos”. Cuando venía de regreso noté que la casa tenía en su fachada un clavo, del cual pendían encendidos tres focos, uno rojo y dos azules. Me detuve a leer el papel y decía lo siguiente: “Los topógrafos que se perdieron en Villa Vieja no eran topógrafos de lo contrario no se hubieran perdido”, y más abajo: “La zapatería cerró por las orgías, tiene 4 años que cerró”. Me terminé los huevos con jamón y seguía pensando en esos pobres topógrafos, me los imaginaba caminando por un terraplén con el sol a plomo y recriminándose mutuamente: “te dije que esos lugareños no eran de confianza”, “¡pero si fuiste tú el que les pidió aventón!” O bien diciendo: “¡yo lo que ya no aguanto es la cruda!”. Después pensé que efectivamente no eran topógrafos ni se habían perdido, entonces los vi en una cantina, estaban felices, contaban dinero y uno le decía al otro: “¿ahora qué pueblo sigue?” La medida me pareció bastante inteligente, porque sinceramente a mí antes me llegaban dos tipos de botas antiderrapantes, con dos rollos de hilo y un tripié y les pagaba por adelantado sin pedir las acreditaciones. Lo que me sí me tenía intrigado era el segundo mensaje, de primera mano parecía un reproche, posiblemente antes eso era una zapatería en bonanza hasta que al dueño se le ocurrió contratar a una dependienta, la cual resultó ser una ninfómana que organizaba reuniones cada vez que el dueño salía. Pero ¿cómo se dieron cuenta que ahí se organizaban orgías? ¿Quién se dio cuenta? ¿El dueño? Supongo que no hubiera cerrado la zapatería sino corrido a la ninfómana, en caso de que fuera religioso, o quizás no era religioso y simplemente lo que le dio coraje es nunca haber sido invitado a las orgías, esto tampoco explica el cierre, entonces ¿quién fue el culpable de cerrar la zapatería? ¿Los vecinos? “¡Nuestra colonia era muy tranquila hasta que abrió esa zapatería, ahora no se puede ni salir a la calle!”, comentarían las señoras en los puestos de fritangas. O quizás tendría que ver con algún policía infiltrado, lo cual ya es ir muy lejos porque en este país los policías infiltrados no cierran negocios turbios sin antes explotarlos el mayor número de años posible, o sea que en este caso el resultado habría sido una nueva cadena de zapaterías clandestinas. Ya entrados en este tipo de suposiciones podría ser también todo lo contrario, es decir, que el dueño fuera un cínico: la zapatería cerró hace cuatro años porque no era negocio y en lugar de eso ahora aquí se hacen orgías. La tesis anterior embonaría mejor con la última parte del mensaje, porque yo nunca he visto en la fachada de un negocio un letrero que diga: ¡cerramos hace cuatro años!, esto sería una información a destiempo y por lo tanto inútil, en cambio si alguien lleva cuatro años organizando orgías debe ser un verdadero profesional. A la hora de la comida decidí ir otra vez a la tienda, me llevé una sorpresa, había nuevos mensajes: “Martha y Lucía vendieron su globo rojo, cuando el sendero es fuerte no se los enseñes”, y más abajo: “Si vas a salir al zócalo el día de Santa Eufrosina, ten cuidado con el pasto”, los foquitos parpadeaban, yo me sentí en el Oráculo de Delfos. Por la noche salí con mi mujer a comer hamburguesas y no resistí las ganas de preguntar acerca de la puerta misteriosa. La señora sonrió y nos contó la historia de un señor un esquizofrénico, “a veces sale a pasear desnudo por la calle, pero no es agresivo”, nos dijo y cambió de tema. ¡Claro!, eso lo explicaba todo. La siguiente vez que vi a la señora de las hamburguesas le pregunté quienes eran Martha y Lucía, y ella respondió: unas niñas que vivían antes por aquí. Ahora lo que necesito es un calendario con santoral, mientras tanto si tengo que pasar por el zócalo procuro no acercarme a las jardineras.